El Conjuro 2: ¿y los sustos, apá?

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El Conjuro 2, también conocida como “El Caso Einfeld” llega como una de esas grandes y esperadas secuelas después de que su director James Wan nos impresionara en la primera parte con una cinta de terror bien hecha, y mejor aún, bien pensada, pero más aún, por el hecho de que su “spin-off” Anabelle resultara ser un bodrio de proporciones catastróficas.

Tomando en cuenta la gran cantidad de secuelas de terror que hemos visto a lo largo de la historia, podría decir, sin temor a equivocarme, que, rara vez “el terror pega dos veces en el mismo lugar” porque a pesar de que esta segunda parte olvida los elementos positivos que le dieron fama a su antecesora, ciertos momentos de terror aún se hacen sentir a lo largo de la cinta, aunque de manera mucho menos afortunada y fresca.

Así como hiciera Wan en la primera cinta, el núcleo de la historia es la relación de los demonólogos (cazafantasmas) Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) y de cómo esta les permite combatir a las fuerzas oscuras mientras les lanzan sillas y muebles por toda la casa, ponen a pequeñas niñas a hablar con voces de viejos mientras las hacen levitar o se arrastran por todos los sótanos que se les pongan enfrente.

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Al principio de la cinta, vemos a los Warren durante su visita a la infame casa de “Amytiville”, mientras investigan los sucesos ocurridos ahí durante los setentas, momento en el cual, Lorraine tiene una visión de lo sucedido desde el punto de vista del asesino, momento en el cual se cruza con el espectro de una espantosa monja… siendo este el momento en que comienzan la historia, y precisamente donde todo buen intento se cae de muy mala manera, caso que analizo un poquito más adelante.

Los sueños de Lorraine sobre la muerte de Ed se vuelven demasiado reales, lo que hace que ella ya no se sienta a gusto arriesgando a su marido por temor a perderlo, pero el caso Einfeld es uno que no pueden dejar pasar (así como cualquier otro donde alguien esté siendo acosado por entes demoniacos), pues en este caso, se trata de una madre soltera y sus 4 hijos.

Aparte de todo fenómeno paranormal, los Warren ahora también deben enfrentarse a otros investigadores paranormales, pues la familia Hodgson hizo público el caso antes de solicitar su ayuda, lo que de muchas maneras los presiona al ponerlos en el ojo público (comenzando por servidores gubernamentales)

El diseño de producción sigue siendo fabuloso al lograr capturar de forma muy acertada la atmósfera setentera en el la vieja Inglaterra.

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Pero, ¿dónde comienzan los problemas? La estructura de la cinta, he ahí el primer problema, ya que, al intentar repetir el éxito de la primera, pierde un poco la percepción de la misma, la cual era un terror que comenzaba de inmediato, evitando que nos perdiéramos en el calentamiento de motores que sufre en este caso, que se vuelve lento y espeso, y para cuando empieza, o ya no nos importa o ya estaremos dormidos. Deja de lado el investigar el universo mismo de la posesión, que en la entrega anterior era tan grande y rico, para encerrarnos en una pequeña casa y un sótano, donde la acción se ve terriblemente limitada. ¿Y alguien podría decirme que tipo de movimiento es que desde el principio aparezca (en un caso totalmente diferente) el demonio que estará inmiscuido en la historia principal? Y peor aún, ¿aparece solo para darles las herramientas para derrotarlo más adelante? ¿Qué clase de demonio idiota es este?

 No niego que volver a ver a la pareja formada por Wilson y Farmiga es un deleite, y si, a mí me encantaría ver toda una saga de los casos de los Warren, siempre y cuando, respeten la profundidad multifacética que ya se les había dado y que fue uno de los principales faltantes en la tan malograda Anabelle.

Si buscas repetir la gran experiencia que fue “El Conjuro” en su momento, podrías terminar un poco decepcionado, pues saldrás, si, tal vez asustado, pero en una proporción mucho, mucho menor.

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