Nunca ha sido un secreto que soporto poco a Nolan, respeto mucho sus primeros trabajos, y después se metió a hacer “cine complicado a lo idiota para hacer sentir inteligente al espectador” (si, lo siento, se me hace el más sobrevalorado y rebuscado de la industria), pero ni yo me atrevería a negar que Dunkirk es una cinta que te afecta desde que empieza, sientes como la presión de sus protagonistas te ahoga, y te convierte en parte del relato mismo, uno donde el miedo a morir es tan latente que se vuelve tan natural como respirar.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados británicos quedan sitiados en la playa de Dunkirk, en Francia, rodeados por tropas alemanas al frente y sus aviones por arriba, su única salvación es cruzar el Canal de la Mancha, pero cada vez que un barco se acerca para rescatarlo, es fácilmente bombardeado. Cuando toda esperanza parece desaparecer, recae en un grupo de civiles ingleses tomar sus pequeñas embarcaciones e ir a rescatar a los soldados. Esta famosa operación es conocida como “Dinamo”.
Lo primero que salta a la vista de toda la cinta, es lo que me parece lo más importante… es una cinta de la Segunda Guerra Mundial y nunca vemos a un solo soldado nazi… los disparos siempre vienen de fuentes y lugares anónimos, lo que le crea una tensión muy palpable a la cinta y resalta la humanidad de los soldados a través del miedo y desolación que los consume.
Entre al cine con algo de miedo, desde hace mucho no me convencía una película de Nolan, algo que de verdad me dejara un gran sabor de boca, y lo más que sabía es lo que había visto en el tráiler, pero se veía que prometía. No puedo decir que tenía algún conocimiento especial sobre este episodio de la WWII, así que solo me aferré al deseo de no ver otra “Interestelar”.
Vaya sorpresa que me lleve.
Lejos de sus recurrentes elementos fantásticos o de ciencia ficción sobre los que siempre se apoya, el director le aporta al cine bélico su mejor estilo, aquel con el que nos sorprendía al inicio de su carrera, pues se nota completamente su esencia concentrada en un poco menos de dos horas de pura guerra y maestría en el manejo total de la escena. Cada toma, cada cuadro, cada paneo y close-up tiene un propósito, siempre intenso, arriesgado y perfectamente estructurado.
Otro detalle muy importante, e imagino complicado, especialmente a la hora de la edición, son los espacios de tiempo en que está contada, una semana en tierra con las tropas que esperan rescate, un día en el mar con una de las pequeñas embarcaciones que arriesgan su vida para salvar a sus compatriotas, y una hora en el aire con un grupo de pilotos que intentan destruir los aviones enemigos antes de que sigan destruyendo sus barcos. Estos tres momentos se cuentan de manera cruzada y sobre el mismo momento, por lo que llegamos a ver la misma situación desde distintos puntos de vista, lo que nos amplia totalmente el campo de visión de una manera sorprendente.
No existe un personaje central, si no que la tensión del momento se distribuye entre varios, haciendo así que el protagonista sea un colectivo, tan grande como 300,000 soldados y un puñado de civiles.
Los diálogos son pocos y son sustituidos por gestos, rostros, acciones, miedos, momentos de valentía y de cobardía, disparos, por explosiones que realmente perturban y se atoran en la garganta, pues nunca sabemos dónde caerá el siguiente. No hay sangre, ni una gota. Y si de algo perfecto podemos hablar durante la historia, es la música de Hans Zimmer que se convierte en un personaje más, aquel que nos dicen en que momento debemos aguantar la respiración y en cual nuestros latidos llegarán a mil por hora.
El cine debe conmover, debe emocionarnos, y eso es precisamente lo que Nolan logra con esta película, hacernos salir con la sensación, de que nosotros, también sobrevivimos en las playas de Dunkerque.
Por hoy Nolan, solo por hoy soy tu fan. Mantenme ahí.
PD: Véanla en IMAX, en serio, es la única manera de verla.