
Poco podría uno llegar a pensar que un reloj, un pollo para cenar, una pintura, objetos comunes de la vida diaria, hasta mundanos podríamos llamarlos, pudieran llegar a tener tanto peso, tanto significado, pero, sobre todo, a ser detonantes para partirnos el corazón… y eso es precisamente lo que logran a lo largo de “El Padre”, donde conocemos la historia de un viejo londinense, víctima de la demencia senil (ahora conocida como Trastorno Neurocognitivo Mayor).
Escrita y dirigida por Florian Zeller, dramaturgo francés responsable de la obra original en la que está basada (también de su autoría), debo decir que es una maravilla lo que ha logrado aquí con su ópera prima… colocarnos dentro de la mente de Anthony, un anciano que nos lleva de la mano a sufrir junto a él la confusión que le ocasiona dicho trastorno, poniéndonos en su lugar, dejando que nuestra empatía sea total, cosa que además se sale de la tan común perspectiva de ver todo el asunto del lado del familiar encargado del enfermo, a quienes sí, vemos tener que lidiar con sus necedades y cambios repentinos de humor, con sus lagunas mentales, pero que finalmente, todos éstos factores externos, terminan sin tener importancia, pues en última instancia no sabemos qué es real y qué ocurre solamente dentro de su cabeza. Las caras, los nombres y los lugares cambian de un momento a otro, las conversaciones se repiten o muchas veces se contradicen del mismo modo. Cada momento que pasa se siente efímero, y a la vez, específicamente real.
Anthony Hopkins navega de manera majestuosa éstas tortuosas aguas de desesperación, perdiéndose entre el pasado y el futuro, pasando de lo carismático a la furia absoluta, a veces dentro del mismo aliento… Pudiera parecer tarea imposible abarcar tan amplio rango de sentimientos y sensaciones a la vez, y podría decir que por primera vez, tenemos el honor, de ver a este gigantesco actor desarmarse completamente ante una cámara, dejar de ser quien es y presentarnos a un ser desprotegido, desnudo, indefenso ante un cruel destino, que poco a poco le ha ido quitando todo… definitivamente, una de las mejores actuaciones que le hemos visto (y vaya que no son pocas).
Toca a su hija Anne (Olivia Colman), soportar, por el amor que tiene a su padre, éste viaje lleno de baches y dolores de corazón, y lograr, con buen puerto inglés, una situación que se desmorona rápidamente. La vemos sonreír al tiempo que sus ojos se llenan de lagrimas para no perder la paciencia y explotar, mientras su padre es poco considerado o hasta grosero al hablar de ella aún estando junto a él, pero como si no estuviera en el mismo cuarto. Olivia Colman es la única guía que Zeller nos permite tener dentro de la historia, y es tremenda en el papel.

Cuando comenzamos a conocer el mundo de Anthony, pudiera parecernos un lugar tranquilo, a lo mejor sí un tanto exagerado hacer tanto ruido por buscar a alguien que tenga que cuidarlo, pues si bien es un hombre de edad, se le ve entero, en control, capaz de pasar una tarde sentado en su estudio disfrutando de una sesión de ópera; pero basta cualquier detonante, una conversación que le parezca extraña, una noticia, un objeto perdido, la noticia de una nueva enfermera que se encargará de cuidarlo, para que todo a su alrededor se descomponga, se caiga. Y es justo cuando parece que su vida se nos presenta en un ritmo normal, cuando éste de pronto cambia, las conversaciones se repiten, las caras son distintas… ¿No dijo Anne que conoció a un hombre y se iba a vivir con el a París? ¿Dónde está su reloj? ¿Quién se lo robó? ¿Está en su departamento o en el de ella? ¿Está divorciada o éste desconocido llamado Paul es realmente su esposo? ¿Por qué la cuidadora nueva le parece tan familiar? ¿Y su hija menor? ¿Por qué no viene nunca a verlo? ¿Dónde está su reloj? ¿Son las 8 de la mañana, o de la tarde? ¿Dónde está su reloj?.. cada paso perdido que su mente da, nosotros lo damos también.
Imposible no maravillarse con el diseño de producción, de Peter Francis, donde en un segundo, cosas tan sutiles como los azulejos de la cocina, o el color de una bolsa, a cosas tan grandes como cuartos o el departamento mismo cambian, regalándonos distintas versiones de un mismo lugar o momento, como si de un truco de magia que ocurre justo frente a nuestros ojos se tratase, todo ésto, siempre en un entorno cerrado y pequeño, como lo es el departamento. Y ni qué decir del complicadísimo (e increíblemente bien logrado) trabajo que tuvo el editor Yorgos Lampiros para darle vida a una historia que necesita ser bien contada, aún cuando parece no tener ni pies ni cabeza. Adicionalmente, complementado magistralmente con la música de Ludovico Einaudi (quien también adorna otro fabuloso filme de esta temporada, “Nomadland”, de Chloé Zhao) llevando cada escena de sentimiento en sentimiento, transportándonos de una sonrisa, a un dolor de corazón.
“El Padre” nos regala un vistazo a la familia, al hogar, que deberían ser nuestra roca, nuestro lugar sagrado, convertidos no sólo en situaciones fugaces, si no a veces, en enemigos. Familiares y lugares que pueden parecer conocidos, pero que tienen un algo fuera de lugar que nos llena de intranquilidad. Una cinta que será muy dura para aquellos que han vivido una situación similar con algún familiar, pero que también, a la vez, pueda brindarles un poco de consuelo…
Que se ahorren la entrega de los Oscares y de una vez le manden el suyo a Anthony Hopkins, está cantadísimo.
